18 de marzo de 2006

El riesgo de provocar una crisis profunda

La actual crisis que involucra a la hacienda y la carne no es consecuencia de fenómenos naturales u obra de Dios, sino que es el resultado lógico de las erradas políticas económicas que han esquilmado al campo.

Los precios máximos, las retenciones, las vedas de comer carne, el cierre de los remates, las limitaciones de faenar ciertas categorías son la artillería pesada que han dejado al campo arrasado. La constante en nuestra historia ha sido salvar la coyuntura hipotecando el futuro. Ahora el futuro llegó.

Lo más triste es que los errores se repiten. Inveteradamente se ha despreciado el razonamiento económico y se ha apelado a intuiciones personales e ingenuos inventos. La actual conducción no se aparta de esta irracional política ni comprende que en el mundo económico no hay nada gratis, como cuando se sacan conejos de una galera, sino que todo tiene un costo.

No es difícil para el Gobierno rebajar el precio de la carne imponiendo la coerción y así convencer a muchas amas de casa de que se están defendiendo sus intereses, puesto que la mayoría sólo ve lo inmediato.

Pero la economía se ríe a carcajadas del funcionario y carga sobre las espaldas de quienes se manifestó proteger el costo resultante de los efectos de la distorsión, que lamentablemente serán mayores que los menores costos obtenidos.

Los controles de precios no hacen otra cosa que trasladar los aumentos de los productos controlados a los que permanecen libres.

El racionalismo económico nos ense?a que los precios compulsivamente rebajados no son idóneos para evitar la inflación y que, por el contrario, la incrementan. Esto es así porque si los consumidores gastan menos dinero en el artículo con precio controlado dispondrán de más fondos para comprar otros productos cuyo precio subirá.

La inflación es consecuencia de que más dinero persigue a los bienes existentes. El intervencionismo gubernamental produce exactamente lo contrario a esta premisa, puesto que los precios máximos aumentan el consumo, alejan las inversiones, disminuyen la producción y aumentan los gastos del gobierno para controlarlos y los gastos de los comerciantes para evadirlos.

En materia de hacienda y carne, los gobiernos nunca encontraron la vuelta para aplicar precios máximos y entonces urdieron restricciones indirectas, vedas al consumo, cierre de los remates, etc. Y ahora se han limitado las exportaciones.

Por supuesto que si ma?ana se prohibiera exportar los consumidores gozaríamos de una imprecedente abundancia, pero hasta un chico razonaría que la producción y la importación se paralizarían y que en poco tiempo la pobreza nos agobiaría. Esta política que parece ser descabellada es la que implementamos parcialmente al imponer retenciones que disminuyen el comercio exterior.

Posiblemente no haya una medida que nos pueda empobrecer más. Pérdida de mercados, despidos, desconfianza en el mundo, desaliento a la producción. Nuestros competidores estarán brindando nuestro hara-kiri. Se enga?a a la población cuando, para vender carne barata, no se le dice que el menor ingreso de divisas determinará mayores precios de la mercadería importada.

Así como ahora vivimos las consecuencias de errores anteriores, esta política generará mayor pobreza y posiblemente una crisis más profunda que la actual.


El autor es economista

Por Alberto Caprile - LA NACION

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